Treinta y un días y catorce noches by Cristina Rodríguez Trueba

Treinta y un días y catorce noches by Cristina Rodríguez Trueba

autor:Cristina Rodríguez Trueba
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Romántico
publicado: 2019-07-29T22:00:00+00:00


NOCHE DIECISÉIS

—Necesito parar.

Dos tropezones han sido suficientes, no quiero golpearme una tercera vez, me escuece el tobillo izquierdo y me duele la rodilla derecha.

—¿Estás mareada?, ¿ha sido tu primera vez en barco?

—Sí a lo primero y sí a lo segundo.

—Enseguida pasará.

Deberá ser así, la noche está comiéndose al día, las piedras comienzan a perder sus contornos y el sendero de tierra que salva el desnivel que existe desde la playa de rocas hasta la cima de la ladera dejará de ser seguro para caminar dentro de cinco minutos.

—Sigamos. —Propongo sabiendo que no podemos quedarnos aquí a charlar sobre mi mareo, no sabemos lo que nos encontraremos arriba.

—Dame la mano, te ayudaré.

Lo hago aun sabiendo que las fuerzas de Jorge se agotaron hace tiempo y que ha mantenido sujetos los remos por pura tozudez. Después de dos horas zarandeándonos el mar realizó una variación sobre el que no nos dejó elegir: se calmó y a cambio dejó entrar en sus dominios a la niebla que nos rodeó posesivamente.

Sin ver la costa, sin saber hacia dónde remar, y con el móvil estropeado después de recibir unos cuantos baños de agua salada nos vimos obligados a tomar unos minutos de descanso. El ruido de las olas chocando contra algo sólido llegó cuando me sentía terriblemente angustiada por la extraña sensación de irrealidad que provocaba la húmeda niebla y la opaca superficie del agua.

La escarpada costa apareció cuando ya la teníamos encima. Le grité para alentarle a remar con todas sus fuerzas y me puse de rodillas para meter los brazos e impulsar a mi manera el bote lejos de una muerte segura. No había repulsión en cada inmersión de mis brazos en esas aguas oscuras y densas, la certeza de lo que nos esperaría si no nos alejábamos superaba la aprensión.

Jorge jadeó, resopló, echó pestes en inglés y en castellano y forzó su cuerpo hasta el límite. Incluso después de dejar de ver el imponente acantilado y de que el ruido se convirtiese en un eco lejano continuado propulsando el bote lejos del peligro.

Nos empeñamos tanto en alejarnos que cuando paramos el calor del esfuerzo se mantuvo durante un buen rato en nuestros cuerpos, tiempo que aprovechamos para agradecernos mutuamente por no haber tirado la toalla aunque una vez más todo pareciera perdido.

La niebla se retiró y una pequeña playa de cantos redondeados por millones de olas golpeando unos contra otros durante siglos apareció cuando ya creíamos que no encontraríamos una zona segura donde desembarcar y tendríamos que pasar la noche dentro del bote.

—Voy a volver a mirar el móvil. —Me concede algo más de tiempo, siempre antepone mi bienestar al suyo.

—Bien. —La esperanza es lo último que se pierde dicen en mi pueblo.

—Nada, ni se enciende.

—Subamos ya, arriba tiene que haber alguna casa. —Y si no la hay, ¿qué haremos?

—Sí.

Podría haberla o no, lo poco que he podido recorrer de la costa escocesa me ha hecho descubrir una de las diferencias que hay entre el norte de España y esta parte del mundo.



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